Regina, tu pregunta
nos lleva a un tema capital: las relaciones arte/trabajo. Por un
lado, sabemos, las múltiples áreas de la actividad humana son inseparables.
Por lo tanto, si en una obra de arte, los elementos estéticos cejan
su primacía en aras de los políticos y/o sociales, deja de ser una
obra de arte, es decir, se transforma en ese híbrido llamado "panfleto"
en el cual los elementos artísticos subsumidos están al servicio
de otras finalidades, en este ejemplo políticos o/y sociales. Lo
mismo ocurre cuando a las movilizaciones sociales se las imbuye
de propósitos políticos, etc. El arte, para serlo, debe tener preponderantemente
notas estéticas o simbólicas de sustitución de lo real (la "función
poética" de los estructuralistas –Jakobson- o la "función retórica"
del Groupe Mu de Lieja).
Cuando se habla de
"obra de arte" se nos refiere a un posible objeto, material o no,
realizada por un ser peculiar llamado "artista", es decir, no de
un hombre en el sentido social, sino de un ser particular derivado
de aquel magma, al cual las circunstancias de la vida le han hecho
ser un trabajador que trata, como todos los trabajadores, de vivir
de su trabajo, el arte. No cabe duda que el artista aspira a vivir
de y no para su trabajo, opción a la cual lo empuja
el sistema social-económico vigente, enajenando su obra en mercancías
suceptibles de ser vendidas. Es decir, sacando al arte de su función
de uso para derivarla de lleno a la función de cambio,
es decir, al mercado del arte, en donde pierde su valor para ganar
un precio. El artista es productor de obras (no necesariamente objetos),
predominantemente artísticas, en las cuales la esencia de lo humano
se realiza como tal dando cuenta de su "ser en el mundo" (diría
Sartre).
A través del dominio
de la naturaleza y en virtud de los grandes adelantos tecnológicos
en la producción mercantil, el hombre está capacitado para producir
más y más productos fuera de las necesidades medias y prácticas
de su existencia (si en gran parte de mundo aquéllos faltan es por
la pésima distribución de la riqueza que sólo favorece a los países
metropolitanos y hace morir de hambre a millones de seres). Es precisamente
esa capacidad de producir excedentes (que, además, genera una brecha
cada mayor entre producción y consumo) lo que permite la satisfacción
de requerimientos menos concretos y urgentes, hasta llegar al nivel
de las necesidades más específicamente humanas, el arte, lo simbólico,
lo estético. Ni que hablar que el rol del arte no es banal sino
fundamento y pilar de la progresiva (porque aún no ha terminado)
"humanización" del hombre. La obra de arte desde el arranque, al
partir de su condición de "producto de comunicación", al exigir
la participación de, por lo menos, dos interlocutores, en situación
de "diálogo" activo, impone una de las características prominentes
de lo "humano", la relación social y, consecuentemente, el respeto
por el "otro" al no imponer arbitrariamente su poder a través del
"habla", ya sea verbal, musical, gráfica, digital, etc.
La tragedia es que
el mercado del arte no supera sino que ahonda la enajenación del
artista en estas formaciones sociales actuales. Por un lado, siente
la necesidad imperiosa, casi biológica, de crear y expresar su esencia
(y, a la vez, legitimarse como "hombre/mujer") y, por el otro, comprueba
dramáticamente la situación a la cual está sometido por el mercado,
el cual le obliga a abjurar de su aspiración a expresarse por las
exigencias de la moda que mejor se avenga a sus vicisitudes (en
el mejor de los casos su "moda" si consigue imponerla con el auxilio
de la industria). En otras palabras, el artista se ve obligado a
trabajar para el arte y no a vivir de su arte. Los caminos subalternos
de profundizar y asumir la contradicción, negando lo mejor de sí
mismo y producir directamente para el mercado o trabajar asalariadamente
fuera del área de la actividad artística, para conservar la independencia
estética, son opciones que conllevan los mismos riesgos, pues no
resuelven el problema, ni personal ni socialmente.
La solución de estos
problemas no está en manos de los artistas, interrumpiendo o no
su trabajo, trabajando o no en circuitos alternativos, sino en la
transformación y cambio de lo que ha permitido la degradación y
desvirtuación del arte de su verdadera función: la comunicación.
Es decir, la enajenación del artista en relación a su trabajo, se
solucionará cuando la sociedad en la que vive revierta los objetivos
de la producción social, del lucro y la ganancia a la plena y real satisfacción
de las necesidades humanas.
Por ello los artistas
no son seres especiales o iluminados por alguna entelequia. Son
seres normales a los que se les induce a reconocer, reafirmar y
legitimar el poder vigente al hacerles creer que son, únicamente,
asalariados al servicio del mercado del arte (por lo cual están
en situación de vender su fuerza de trabajo) y no seres que aspiran,
como todos, a vivir de su trabajo sin tener que legitimar las estructuras
socio-económicas actuales, es decir, a perpetuar la injusticia ínsita
en este sistema que le pone precio hasta al aire que se respira.
Si la naturaleza humana nos impulsa a expresar nuestra esencia en
tanto "hombres/mujeres" a través de esas actividades simbólicas
llamadas "artísticas" no es posible derivarlas a un marco en donde
nieguen aquella esencia.